Una vez finalizado el periodo estival de vacaciones, es hora de volver al cole. En estas fechas asistimos a una gran cantidad de consejos e indicaciones para que la incorporación de los pequeños y jóvenes al nuevo curso académico sea lo menos traumática posible. Y es que, la perspectiva a la hora de abordar la vuelta al cole, se muestra en mi opinión, bastante sesgada o incompleta.

Si bien controlar el exceso de peso en la mochila, coparticipar en la adquisición y preparación del material escolar, evitar transmitir sentimientos de apatía por la finalización del verano, estar atentos a posibles temores e inquietudes que puedan surgir ante el nuevo curso escolar y facilitar la máxima adaptación al cambio y la novedad, es muy importante y recomendable, no es menos cierto que los adultos tenemos la obligación de transmitir a nuestras generaciones más jóvenes que la vuelta al cole es una maravillosa oportunidad.

El acceso a la educación en cualquiera de los centros en los que se desarrolle, nos ofrece un marco incomparable en el que despertar el amor por el conocimiento y el aprendizaje, cultivar la curiosidad y el interés, desarrollar un pensamiento crítico, fortalecer la creatividad y la originalidad, aprender a respetar, comprender y querer a los demás. Todos ellos son valores íntimamente vinculados al desarrollo de nuestra felicidad y la de nuestros hijos.

Esta perspectiva ligada al desarrollo y crecimiento personal, tiene y debe tener cabida en todo aquello que nos suponga esfuerzo y requiera determinadas dosis de disciplina, persistencia, determinación y compromiso.  De hecho, son éstas las características que generalmente nos dan la posibilidad de fluir. La experimentación de plenitud tras la superación o logro de un reto, tarea u objetivo, es en realidad la que nos proporciona ese bienestar o felicidad de fondo albergada en nuestro interior.

Desde esta dulce y positiva mirada al final del verano, el acceso a las aulas se convierte en una bendición.