DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE ANSIEDAD

Publicada: el 10 de Febrero del 2014

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Según el último informe emitido por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), el consumo de ansiolíticos y sedantes en nuestro país, se ha incrementado en los últimos cinco años y se encuentra por encima de la media europea.

Haciendo caso de esta información, bien merece que dediquemos este espacio a la ansiedad y que profundicemos en analizar esta respuesta humana que, en principio es deseable, tanto para sobrevivir como para adaptarnos a los cambios que la vida nos demanda.

Desde el punto de vista de la supervivencia, la ansiedad nos permite evitar o combatir todo aquello que pone en peligro nuestra vida. Si estando tranquilamente en nuestra sala de estar oímos repentinamente unos gritos que nos alertan sobre el inicio de un incendio, inmediatamente y de forma automática emprenderemos, a modo de estampida, una rápida respuesta de huida.

Esta respuesta que salva nuestra vida tiene un recorrido en nuestro cerebro, un recorrido al que Josehp LeDoux, profesor del Centro de Neurología de la Universidad de Nueva York y autor de El cerebro emocional, denomina la Vía corta o Vía rápida, una vía en la que la amígdala cerebral, a la que se le atribuyen funciones de valoración primaria sobre estímulos emocionalmente relevantes para el organismo, procede a activar el sistema de alarma y con ello a todo el sistema de protección o de supervivencia.

En este momento, todo nuestro cuerpo se pone al servicio de la huida o el combate, nuestra musculatura necesita mayor aporte sanguíneo restándose alimento a órganos cuyas funciones son prescindibles en este momento, entre ellas, todas las funciones relacionadas con nuestro sistema cortical.

Cabría pensar que en estas circunstancias, no tendría mucho sentido pararse a pensar si la alerta sobre el fuego es o no una broma del vecino. Cuando nos encontramos en clave de supervivencia, la zona pre frontal de nuestro cerebro también recibe menos riego sanguíneo y esto bloquea el discurrir de nuestros procesos cognitivos. Funciones como la exploración, el aprendizaje, la concentración, la valoración de alternativas, la creatividad, la atención y la toma de perspectiva , no tienen cabida en este momento, no nos son útiles y quedan anuladas o secuestradas por la amígdala (secuestro amigdalino).

Tal y como decíamos al principio, la respuesta de ansiedad no sólo es deseable para sobrevivir al peligro sino también para nuestra adaptación a los cambios y a la incertidumbre consustanciales a nuestra propia evolución, consustanciales a la propia vida. Es en este momento cuando la ansiedad nos espabila y nos facilita la búsqueda y generación de respuestas alternativas para el logro de resultados óptimos y adaptados no sólo a las circunstancias cambiantes y desconocidas de nuestro entorno sino también a nuestro cambio interior vinculado a nuestra evolución y crecimiento.

Ahora, desde el mecanismo de adaptación necesitamos que nuestro cortex pre frontal cuente con una suculenta irrigación sanguínea, necesitamos la Vía Larga de la que nos habla LeDoux, una vía en la que ha de primar la intervención del sistema cortical imprescindible para la elaboración de procesos mentales vinculados a la observación y valoración, a la exploración, la creatividad, el análisis, la concentración y la toma de decisiones, entre otras.

Ahora bien y aquí está la clave de la ansiedad en términos desadaptativos, el mecanismo de supervivencia activado por la amígdala no solo tiene lugar ante la presencia de un peligro real, sino que también puede verse activado a raíz de una amenaza mental.

Pero, ¿qué es la vida sino cambio e incertidumbre? Aceptar, actuar para transformar si fuera menester, descodificar ciertos procesos interpretativos de la realidad, modificar y ampliar nuestras miradas y conductas a nuevas, desconocidas y por qué no apasionantes realidades y sobre todo descubrir, creer y confiar en nuestra potencialidad, constituyen un conjunto de claves que bien podríamos incorporar a nuestra experiencia vital.

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